Vuelva usted (otra vez) mañana
Hace algún tiempo,
cuando intentaba tomarme algo en el ‘pub’ después de trabajar, comencé a
escuchar una voz hablando en castellano, y como si de un reflejo de tratase,
arrimé la oreja. Mi escucha ’voyeur’ topó con uno de esos ilustrados que habla
de su propio país con expresiones como ‘así es España’, juzgando por encima del
bien y el mal con ciertos juicios de barra de bar, nunca mejor dicho. Este
ilustrado me llevó a pensar en esa sociedad española de la que hablaba, en lo
que la define como pueblo, en la posibilidad de que haya evolucionado, y sobre
todo, si de verdad se pueden enumerar ciertos rasgos para definirla.
Estas preguntas
seguirían coleando en mi cabeza si no hubiera leído a Larra. Mariano José de
Larra nació en 1809, y en su madurez (alrededor de 1836) escribió más de 200
artículos de costumbres en apenas 8 años. Tuve la suerte de encontrar un libro
que recopilaba estos artículos en una librería de segunda mano en Lista en la
última visita a Madrid. El artículo de costumbres es aquel que describe tipos
populares, actitudes, comportamientos, valores o hábitos de un grupo en
particular. Estos artículos escritos por Larra impresionan por su calidad
literaria y satírica, pero sobre todo, por la vigencia de las ideas que
transmite de la sociedad española a mediados del siglo XIX a día de hoy. Los
aspectos coyunturales cambian, los años hacen que se produzca una evolución del
entorno y de ciertos valores, la tecnología no da tregua; pero esto es el
envoltorio, no el núcleo. Igual que la lluvia de verano sigue siendo lluvia,
aunque no sea fría, o nostálgica; nuestra sociedad sigue siendo la misma que
aquella definida en los irónicos artículos de costumbres, nadie desde Cervantes
en el Quijote la captura tan bien, y sólo se vuelve a apreciar en algunos
autores como Chaves Nogales.
El primer
artículo que leí se llamaba ‘¿Quién es el público y dónde se encuentra?’. En este,
Larra empieza con la reflexión sobre lo heterogéneo de nuestra sociedad, y a la
vez de los inevitables matices comunes. Larra destaca que un escritor nunca
puede guiarse por un concepto de ‘público’ como tal, y menos en España. En
‘Casarse pronto y mal’ habla de nuestra pasión impulsiva, y en ‘Castellano
antiguo’ habla de la voluntad de aparentar y de la opulencia que se impostaba
para demostrar que se tenía más que el vecino.
El artículo más característico se titula ‘Vuelva usted mañana’, y en
este, Larra cuenta la historia de un amigo francés que llega a España por unos
trámites burocráticos. El francés espera hacerlos en una semana, y se acaba
convirtiendo en meses, por culpa de la burocracia y la desgana de los
responsables de esta. La idea de la pereza siempre ha sido la condena de las
zonas del sur de Europa, España entre ellas. «La pereza cerrará las puertas del
cielo a más de un cristiano» decía Larra, y reflexiona sobre la pereza no como crítica
arrojadiza, sino como si se tratara de un mal endémico de los españoles, que
todos padecemos en mayor o menor medida. ‘Vuelva usted mañana’ es el sumun de
la procrastinación, de la ausencia de estoicismo, de un vitalismo mal
entendido. Hay una generalización de la idea de que las cosas ‘se hacen’,
‘ocurren’, o que la ciencia infusa genera elementos de la nada desafiando la
termodinámica. Y por supuesto, ‘Vuelva usted mañana’, invita a estigmatizar al
que no se rige de la misma forma, o dicho con otras palabras, es el motor de la
envidia.
Para no convertir
esto en un ensayo sobre Larra, acabaré con uno de los últimos que leí, llamado
‘Este país’. Curiosamente, lo leí después de escuchar al ilustrado del ‘pub’, y
se ve que en 1836 ya había el mismo tipo de espécimen. Esa crítica a lo propio, hablando de lo
negativo de nuestra cultura como rocas inamovibles en las que escudarnos no es
más que pereza, acomplejamiento, y envidia. Todo lo de fuera es brillante,
incluso reluce, frente a lo propio. No se mira para aprender sino para
justificar, pero no hoy, sino desde hace muchos años. Lo propio sólo se
ensalza, cuando se utiliza como excusa para aumentar los afanes recaudatorios,
como si de Lenin interpelando a los zares se tratara. Desde hace casi dos
siglos, ya existía esa sospecha de que algo malo habrá hecho el de enfrente si
le va bien, porque con las ‘cosas de este país’ es imposible que alguien
prospere sin trapa o cartón. Me recuerda una frase que Sabina y Jesús Quintero
comentaban en una entrevista en ‘Los Ratones Coloraos’: «¿Ese cómo va a ser
bueno si es vecino mío?».
Solo criticaré de
Larra su foco en lo negativo, pues se centraba en lo que define nuestro pecado
y jamás en la virtud (o al menos no lo he leído). Como buen intelectual vivía
en conflicto con la sociedad y la política, lo que le permitió ser un gran
observador, pero un observador afincado en el pesimismo liberal y romántico más
cercano a lo nihilista.
Estos artículos
no llegan a explicar todo lo que somos en complejidad, pero nos muestran que el
núcleo de esta sociedad, su tradición, y sus costumbres lleva cerca de doscientos
años casi inmutable, y por eso tiene identidad. Me lleva a pensar en esas
mezquindades que también yo presento como uno más del elenco, como si además
del pecado natural por ser humanos tuviéramos otro inherente a nuestra
nacionalidad. Por mi parte, últimamente me estoy metiendo la camisa por dentro
e intento juzgar menos. No puedo evitar doblar la página si me gusta lo que leo,
y sí, de vez en cuando me encanta el pecado consciente de decir: «lo haré mañana».