El tonto de los museos
Las conversaciones interesantes siempre implican un desafío a
nuestras ideas, criterio, inteligencia, o simplemente, a mantener los nervios
inalterables (en mi caso, fingirlo). Hace unos días, tuve una de esas charlas desafiantes
con una amiga. Acabamos hablando de ciertas aficiones culturales como leer en la
calle, atender a conferencias, y sobre todo acudir a museos. Me gusta visitar
museos y exposiciones, tanto en lo rutinario, como en lo extraordinario que
implica la actividad cuando uno viaja. La discusión se enmarañó cuando mi
interlocutora pronunció las siguientes preguntas: ¿a mí qué me importa la
opinión de alguien en un momento determinado sobre algo? ¿por qué es eso arte? Y
me dio la estocada final con un certero: ¿te sientes mejor al meterte en la
cama tras haber entendido una obra artística? ¿acaso eso te llena?
Mi primera reacción fue replegarme ante algo que me pareció
pura arrogancia o ignorancia. Luego abandoné la defensiva para plantearme la
respuesta, pues ella quería una respuesta racional y lógica que la convenciera,
con esa pose desafiante de las mujeres inteligentes. Intenté imitar a George
Clooney en ‘Monuments Men’ salvando la cultura europea, o Paolo Maldini
defendiendo la portería del Milán; con ese espíritu de abogado defensor, me
puse a pensar en el valor de la cultura para la sociedad y para mí en
particular.
El arte y la cultura son reflejos de la condición humana. Entendemos
esto como el principal patrimonio de los pueblos, transmitido por generaciones,
permitiendo entender quiénes estuvieron antes, qué hicieron y qué pensaron.
Esta idea me la repite mi amigo Fabio, la importancia de saber ‘qué pensaron’. De
ahí, entendemos la cultura como las costumbres, tradiciones, convicciones,
ideas, y el pensamiento. El arte, inherente a la cultura, se expresa de manera
universal apelando a sentidos y capacidad de pensamiento. Por tanto, podría
decirse que la concepción de la obra es la base de la creación, y se realiza de
forma completa al ser interpretada por un observador. Esto no se restringe
solamente al arte que representa una idea compleja, pues puede que la obra sea
meramente estética, expresión de belleza en sí misma.
Perdonen tanta definición, pero me parecían necesarias para
empezar a contestar las preguntas de mi contertulia.
Comenzamos con las dos primeras preguntas: ¿a mí qué me
importa la opinión de alguien en un momento determinado sobre algo? ¿por qué es
eso arte?
Efectivamente, no todo es arte. La intención creativa no
implica crear una obra. Suena duro, pero que uno se sienta como Hugh Grant en
‘Nothing Hill’ no le lleva a ser elocuente, ni a escribir algo potable. Puede
que esas percepciones o emociones (por distintos motivos) le lleven a crear
auténticas porquerías. La formación y el respeto por la cultura son esenciales
para generar algo, y que no se quede en intención, o acabe en desastre. Ese despropósito,
puede ser un cuadro desastroso, un poema infantil de cantautor quinceañero, o
las frases de niño de primaria llamadas aforismo; porque no se poseen las
herramientas ni el conocimiento (o talento). Y lo siento, por mucho que se
empeñen ahora, no todas las opiniones valen lo mismo. En el momento que uno
deje de sentirse temeroso de escribir una frase o dar una pincelada, de saberse
ignorante; habrá perdido la responsabilidad. Las multinacionales, las redes
sociales, y la presteza por vender, han cambiado el foco, poniéndolo en generar
‘obras’ que simplemente se vendan, independientemente de qué tipo de cochambre sean.
Esto me hizo pensar, que mi amiga podía tener razón; ciertas exposiciones,
libros, o discos, no merecían la pena ser consumidos. Hay opiniones que no
aportan, no son fundadas, y cuya intención creativa inicial no se plasma en
nada, o no vale. Lo que no quiere decir que todo el arte sea así, ahí estaba su
error.
Creo que tras esto, podemos pasar a las siguientes
preguntas: ¿Te sientes mejor al meterte en la cama tras haber entendido una
obra artística? ¿Acaso eso te llena?
Ese error partía de la generalización de la opinión
intrascendente como arte, y sobre todo, de la contraposición del arte con el
mundo y el suelo que se pisa. Para muchos, conocer la naturaleza y el mundo es
una cosa, y la cultura otra. Pero ya decía Aristóteles que el arte imita la
naturaleza, es complementario. La curiosidad que uno tiene por conocer el mundo
no es algo nuevo, ha existido en pensamientos de otros antes. Descubrir una
obra puede representar la comprensión de algo (idea, momento, realidad…) que
nunca podríamos vivir por nuestras circunstancias. Por ello, la cultura, y
sobre todo la lectura, expanden nuestra comprensión y nos hacen libres. Por
otro lado, además de conceptos, la simple sensibilidad ante una estética o la
belleza también es y ha sido motor de creación. La mera contemplación de la
belleza merece la pena en sí misma, porque es verdadera. Así que (en respuesta
a la pregunta) sí, nos llena, nos hace más libres y nos da herramientas para
defendernos del mundo.
Tras esto, podemos debatir sobre la capa que hay por encima.
Los urbanitas ‘influencers’ vestidos como expositores de ‘El Corte Inglés’, con
comentarios impostados por pasear una exposición cosmopolita o el museo de
Orsay. Los mismos que utilizan sus gustos para definir el personaje que dibujan
de sí mismos. Al final, también esto se ha convertido en turismo, aunque si el
mayor problema social fuera que la gente abarrotara los museos como plan de
domingo, bendito problema. No se puede culpar a nadie por disfrutar de pasear
por los museos con las manos atrás, aunque no entiendan nada, los museos tienen
un aire de refugio y sofisticación irresistible.
Esto no pretende ser un ensayo sobre cultura (no quiero
entrar en definiciones o significados más profundos), sino una respuesta, o un
desafío a mí mismo. A estas alturas no voy a cambiar mis gustos, y disfruto del
ámbito cultural como otros disfrutan ir al rocódromo a agarrarse a piedras de
colores con un arnés apretándoles sus partes. Lo que está claro, es el papel
fundamental de la cultura, tanto para hacernos libres, como en el desarrollo de
la sociedad. Como dice Javier Sánchez Menéndez, yo quiero ser fiel a mis
lecturas, fiel a mis principios,
y las palabras que escribo.