La Educación, el burdel más barato
«El que abre la puerta de una escuela cierra una prisión» decía Víctor Hugo, por lo que parece que todos nuestros políticos están más interesados en invertir en prisiones, o en tenernos a todos conviviendo en una de puertas abiertas. La educación ha sido y será la base de una sociedad sana. Precisamente por su importancia, podemos observar cómo desde todos los sectores intentan controlarla, moldearla, sesgar sus modos y motivaciones. Cada cuatro años hay elecciones, y si estas implican el cambio de gobierno también implican el cambio de libros, de plan, de verdades, de metodologías... Ojalá el éxito educativo, o mejor dicho, el fracaso, no dependiera de la falta de consenso, pero por desgracia, la ausencia de un pacto educativo nacional y objetividad en los criterios es responsable de mucho fracaso. Por un lado el estado necesita moldear borregos que aplaudan, y por otro, ciertos sectores quieren convertir la vocación por el conocimiento en mera formación para las empresas. Los resultados son una pobre formación técnica, profesional, académica, y personal, que afecta con más dureza a aquellos con menos recursos. Además, sumemos que la figura del profesor, del ‘maestro’ ha sido denostada en todos los aspectos. Nos parece normal que un médico que va a abrirnos en canal haya tenido una formación exigente y sea de los ‘mejores’, pero no vemos tan importante que los que educarán las siguientes generaciones lo sean. Y es que en este mundo que sólo da valor a lo productivo, no se castiga la ignorancia cuando creemos que es gratis.
La
educación comienza desde el nacimiento en el seno de una casa, y dentro de una
casa es donde esta adquiere más importancia. Por desgracia, no todas las casas
tienen los mismos medios, pero por gracia vivimos en comunidad. La educación
fuera de casa comienza en la educación infantil y primaria, las cuales son
medio de aprendizaje intelectual y social. Recuerdo perfectamente los primeros
amigos en la guardería, aprender a leer con aquel libro ‘Micho’ que tenía las
letras en colores llamativos sobre blanco, con dibujos de gatos. Esta educación
requiere de una mezcla de ternura, vocación, y capacidad de enseñanza muy
complejas para transmitir conceptos sin caer en el infantilismo. Un profesor a
estas edades tiene un perfil marcado de ‘maestro’, porque no sólo enseña las
asignaturas (cosa que ya entraña complejidad), también pone las primeras
piedras de la educación que complementa los valores familiares. Justo por esto,
tiene una importancia capital para la sociedad. Darle este estatus social al profesor
ayudaría a que los padres entendieran el espacio del profesor y confiaran en su
criterio, igual que confían en su urólogo cuando toca zonas delicadas. Por otro
lado, no es sólo culpa de los padres, la formación de estos profesores debe ser
exigente para dotar al ‘maestro’ de prestigio, y no la carrera con nota de
corte más baja, ridiculizada por tocar la flauta dulce, y maniatada cada cuatro
años de una forma diferente por el partido vencedor en forma de programas
prostituidos en un burdel que les sale muy barato.
En
la secundaria, la balanza equilibrada del maestro empieza a decantarse por el
lado académico. Recuerdo la relación de Robin Williams, como ese profesor y
maestro que acompaña, con Matt Damon en ‘El indomable Will Hunting’. Una
relación en la que el profesor de secundaria es capaz de equilibrar el
intelecto con una profunda ternura y paciencia, algo necesario y complejo en la
etapa adolescente. En secundaria ya comenzaba el famoso «¿a qué quieres
dedicarte?», algo que me parecía imposible de decidir. Recuerdo las palabras de
mi profesor, Julio, que me decía el último año: «como te metas a filología
hispánica te matan tus padres, y luego me matan a mí». Y es que me salté alguna
que otra clase hablando con Julio de versos, cosa que era inconfesable por
entonces. Leer a Bécquer y regatear por la banda izquierda en el equipo del
colegio no eran compatibles. Tras la secundaria, todos estamos igualados con
una enseñanza base y obligatoria que debería ser de calidad sin
adoctrinamientos, pues la mejora de las personas redunda en el bien común de la
sociedad. Pero claro, ahora podemos preguntarnos si les interesa a los
políticos ese bien común, o que seamos borregos que no se enteran de nada. Es
decir, su propio bien.
Tras
la enseñanza obligatoria (y el bachillerato), llega el momento de la enseñanza
universitaria, algo que está pasando de prestigioso a desprestigiado en la
universidad pública española. Por un lado, hemos introducido la idea de que estudiar
en la universidad es un derecho, es para todos, y que da una suerte de
prestigio intelectual, a la vez que más dinero en el futuro. Por lo que todo
mundo estudia, en muchos casos ‘por sacarse algo’. En este momento, el estado y
lo público pervierten le idea de la educación, pues su obligación no es dar una
beca a quien ‘desee’ estudiar o a quien no tenga nada mejor que hacer, aunque
no sirva para los estudios. La obligación del estado es ofrecer una universidad
de calidad que garantice que quien tenga vocación para los estudios, y
capacidad, pueda disfrutar de ese estudio a un coste cero en caso de que no
pueda pagarlo. De otra manera, el título universitario se convierte en papel de
liar tabaco, y la universidad no tiene fondos para investigación, ni profesores
pagados y valorados acorde con sus méritos. Favorecer que quienes no tienen vocación
y capacidad para el estudio consigan un título aleatorio, sólo sirve para
degradar la vocación del estudio, y la universidad en sí. Sobre todo, porque
esa persona podría realizar un empleo para el que tenga habilidades (la
formación profesional juega un papel valioso y esencial en esto), o ganar más
dinero en otra ocupación (si es que ese fuera el objetivo). Es curioso que en
una sociedad que desdeña la intelectualidad luego requiera de un título
universitario para tener ‘seguridad’ o respeto, porque precisamente ese título
implica una vocación al conocimiento que la propia sociedad no respeta.
Por
otro lado, algo llamativo en la universidad es la evolución de los planes de
estudio, y el debate de la adecuación del conocimiento al mundo laboral.
Recuerdo que cuando tenía veinte años no paraba de escuchar en clase a la gente
diciendo que debíamos estar mejor preparados para las empresas, para lo que se
demanda en el mercado, y por un lado entendía la necesidad de ser personas de
nuestro tiempo y ser conscientes, pero por otro, siempre me he planteado que la
maestría en un área de conocimiento y el aprendizaje siempre va a tener
asociado un empleo o dedicación. Hablando mal y pronto, alguien que esté
dispuesto a pagar por ese conocimiento, porque aporta valor. Corremos el riesgo
de que las universidades se conviertan en esclavas de las necesidades y
criterios mercantiles, y sobre todo, de permitir que las empresas aprieten las tuercas
a la universidad para que les prepare empleados perfectos como si fuera un
traje a medida. En la educación universitaria, una persona debería buscar el
desarrollo científico, humanístico, artístico, tecnológico, y de organización
social; que mejore la sociedad en la que habita. Pero ya sabemos que la teoría
es vulnerable a la perversión.
Tras
la etapa formativa, todos entramos al mundo laboral. Y vivimos unos días en los
que el empleo define socialmente lo que somos aún más que antes, cuando el
nivel cultural o formativo de alguien, no tiene por qué tener una relación con
el estado de sus cuentas o su ambición en inversiones bursátiles. Además, el
sectarismo de valorarnos por nuestra ‘identidad laboral’, se acaba con la
propia laboral. Llegará el día en que nuestras carnes cuelguen y que no
tengamos ni capacidad ni fuerzas para seguir trabajando, y las empresas no estarán
interesadas en nosotros. Ese día, la identidad que hacía a algunos definir su
persona, se esfuma, y entonces queda una parte de la vida por delante con
riesgo de un tremendo vacío. Si la vida pasa a ser ‘vida útil laboral’, llegará
un momento en que nos quedaremos sin vida, pero nos quedaran días que seguir
viviendo, y el mismo mundo que da el prestigio de posición y sueldo un día, da
la espalda el siguiente. Ese día, recordaremos si seguimos educándonos, y qué
nos definía más allá del famoso «¿a qué quieres dedicarte?» que desembocó en
ser un puesto de trabajo, y nada más, si no lo controlamos.