DiCaprio a las Orillas del Río Cam
Los vuelos de Sevilla a cualquier aeropuerto de Londres duran (minuto arriba, minuto abajo) dos horas y cuarenta y cinco minutos. Este tiempo parece diseñado para tomar café, ir alguna vez al baño, y ver una película de esas que duran más de dos horas. Por ello, tengo la tarea de convertir el tedio de la espera, en una sesión de cine, y créanme, es una tarea que me tomo muy en serio. En este último vuelo ha tocado 'Don’t Look Up'. Aunque ya mencioné el mal presagio, soy hombre de aprender a cabezazos. Los créditos iniciales me gustan, tanto la tipografía como el color, y esa base de jazz que me recuerda al disco de Miles Davis Quintet llamado 'Workin’' . La película empieza con ritmo, que da paso a una mayor parte estéril, decayendo hasta ser algo aburrido. La última media hora acaba en ganas de que el meteorito arrase todo de una vez, y poder olvidar que la viste. Leo sigue siendo Leo, ni los aires de señor con problemas cardiovasculares le hacen perder su savoir faire.
Tras el aterrizaje, me dirijo a
Cambridge. La sensación de volver a una ciudad universitaria es interesante
pues conlleva entrar en una burbuja. En particular, esta es así, el tiempo pasa
diferente y la idiosincrasia es un universo ajeno al mundo conocido. Un lugar
donde hay mentes brillantes al servicio de la evolución de la humanidad, a la
vez puede pecar en algunos aspectos de estar aislado de la realidad a la que
sirve, una curiosa ironía. En mi caso, aunque formo parte del tinglado, no
pierdo esa sensación provinciana de ser un observador que no participa. Es como
estar en el hotel de 'Que ocurrió entre mi padre y tu madre (Avanti!)' de
Billy Wilder. No sé si tantos años
fuera de casa, y fuera de España, lo convierten a uno en un extraño permanente,
pero es una explicación plausible. Además, ese sentimiento descastado siempre
acaba comparando mi ritmo vital con la generación de mis padres, lo que lleva a
tener la sensación de que vamos tarde a todo. Pues eso, un extraño que va tarde
a todo, muy poético, sin miedo ni esperanza como diría Luis Alberto de Cuenca.
Lo primero que observé en
Cambridge fue que la gente lo hace todo andando. La única cosa que comparte
esta sociedad multicultural es su placer por hacer cosas mientras caminan, algo
anti-mediterráneo. Comen andando, beben andando, e incluso se enamoran y
saludan andando. Compran algo en el 'Market'
y comen mientras se mueven, nunca paran a tomar café en esa cafetería
agradable, recogen su café en Nero o Costa (prueben 'Bould brothers' que tienen mejor café) para beberlo de camino a
cualquier sitio. Me repatea quedar a tomar café, recoger un vaso de cartón que
quema, y bebérmelo con esa tapa de plástico de agujero miserable (por no hablar
de que debo removerlo con un palito de madera minúsculo). Si quiero café,
quiero ir a la cafetería, sentarme, esperar mi taza blanca con una cucharilla,
paladear el momento y la charla. Entiendo que la falta de sol no ayuda, pero
tampoco justifica. El sol en Cambridge es un mentiroso compulsivo, nunca se
queda a tu lado lo suficiente para dejar de echarlo de menos.
Una vez profundizas en la
universidad y la ciudad, comienzas a entender la estructura. La universidad se
divide en múltiples 'College', lo que
sería una de las casas de Hogwarts, pues nuestra amiga Rowling se basó
en Cambridge y Oxford para modelar la idea. Perteneces a tu college que suele
ser un castillo de hace cientos de años precioso e imponente, remodelado y con
todo tipo de facilidades para hacer vida en él. Luego, dependiendo de la
carrera, máster, o investigación cada uno va a la facultad que le corresponde.
En resumen, extrapolen todo lo de Harry Potter, pero cambien casa por college,
y clase de pociones por clase de termodinámica. Además de esto, el ritmo de
vida es vertiginoso. La contemplación no se suele considerar parte del juego,
algo muy representativo de la sociedad occidental actual. Entre estudio,
deporte, eventos de tu college (y de otros college que te invitan
amigos), numerosas sociedades, socializar, y en mi caso la investigación
doctoral y otros proyectos; digamos que dormir ocho horas y tener un rato para
disfrutar un libro por placer no es algo al uso para la gente (luego me
pregunto por qué lo hacen todo andando).
Socialmente, uno conoce gente muy
interesante a diario, de todos los campos de estudio, país, religión, y
convicción. Uno pasa a tener una visión más esperanzadora del mundo. Aunque a
la vez, no puedo quitarme la sensación de que el excesivo aburguesamiento aleja
de los problemas reales. Me siento a veces en medio de 'Sweet Life' o 'Super
Rich Kids' del disco 'Channel Orange' de Frank Ocean, mezclado con Las cuatro estaciones de Vivaldi (es una
mezcla tan interesante como perturbadora). He conocido algunas personas
brillantes con una vocación real de servicio, que a su vez aceptan ciertos
dogmas sociales de la nueva inquisición a pies juntillas, y viven ajenos a los
problemas reales que quieren resolver. En Matrix,
Neo tiene la elección de las dos pastillas, aquí en cambio, creo que algunos
hacen un cóctel de ambas y lo echan en el té negro del desayuno. No es la
mayoría, pero no deja de ser llamativo, sobre todo para mí que no llego a tal
compromiso filantrópico.
En medio del frenesí, hay que disfrutar de las muchas eternidades que hay en un día (incluso en Inglaterra). Intentar seguir el ritmo siempre, el ritmo de uno, cómo decía Nicanor: «lo único que yo hago / es encogerme de hombros / perdónenme la franqueza», dejemos de culpabilizarnos. Al final, solo queda agradecimiento, esto empaña el resto.