La Paradoja de la Navidad

 En la Navidad celebramos un trastorno del universo, un giro completo de los acontecimientos. Si Dios puede hacerse carne, el resto de los problemas parecen menos complejos, y los milagros más plausibles. Por ello, la Navidad es una renovación de la esperanza.

La Encarnación en la Navidad es un ejemplo de virtud desde la fragilidad. En cierto modo, Dios se entrega a los hombres de la misma forma que un padre entrega la Tradición a un hijo, y así lo ilustra San Agustín: «El Hijo de Dios se hizo hijo del hombre para hacer a los hombres hijos de Dios». La Encarnación implica reparar nuestra vida y nuestra esperanza no desde el castigo, la perfección, o la invulnerabilidad; sino desde la fragilidad. Y es que las grandes tareas titánicas de la historia de la humanidad no han sido acarreadas por hombres perfectos, sino por hombres limitados en su naturaleza, que consiguen lograr cosas impensables desde su condición, desde su fragilidad. La fragilidad de las manos diminutas de un niño recién nacido, que son las manos que moldearon las estrellas, como dice Juan Manuel de Prada. El nacimiento de Cristo es la naturaleza del hombre en alianza con Dios, la omnipotencia y la indefensión, la divinidad y la infancia, un milagro que un millón de repeticiones no podrán convertir en un tópico. Belén es de forma única un lugar donde los extremos se tocan. Y esto debe ser la Navidad también en nuestros días. 

El trastorno del universo que implica la Navidad también es la reconciliación del hombre con el mundo que lo rodea. Y no una reconciliación vacía y mal guiada, sino un momento en el que mirarse y mirar el mundo, decidir los pasos que deben darse para ser partícipe con voluntad de mejorarlo. En nuestros días, ese estar en el mundo desde la Tradición y lo verdadero se ha convertido en disidencia, pero una disidencia que debe buscar aportar al mundo en lugar de verlo y arder. En la Navidad, la importancia de esta reconciliación y de la Tradición se vuelven evidentes, porque sólo desde la verdad de las cosas, estas tienen un significado y razón de ser. La Navidad proviene de la entrega y la Encarnación, y se materializa en lo que la familia representa, y en todo lo que convierte a el hombre en hombre desde su naturaleza creada hasta hoy. La Navidad es así, o es un fraude secular envuelto en sucedáneos que se agotan porque representan la nada, y nada significan. Esto es lo que quieren hacer con la Navidad: vulgarizarla y secularizarla para luego denunciar su vulgaridad, y posteriormente suprimir la tradición navideña cristiana para dejar sólo el comercio. Después de obligar a la gente a renegar lo verdadero y perdurable, y regar la tierra con estigmas en contra de la religión y la Tradición; piden a los feligreses del sistema que vivan una época de importada felicidad en las ‘fiestas navideñas’. Y claro, surgen los que promulgan mensajes en contra de una orgía de consumismo y humanitarismo infantiloide, y surgen oleadas de problemas de salud mental frente a esta vacuidad. Más de uno ha llegado a creerse que su Navidad iban a ser las escenas de Hugh Grant en ‘Love Actually’ por culpa de esto, pero tras el atracón de comer, beber, y gastar, no saben por qué puñetas hacen lo que hacen. 

En la Navidad de 1942 el Papa Pío XII, ante el caos de la guerra, promulgó un discurso navideño que invitaba a esa reconciliación en el mundo de la que hablamos. Pío XII hablaba de Cristo como el mediador entre el Cielo y la Tierra, de la esperanza de la Navidad frente al ‘fúnebre tronar de los cañones’. Estas palabras de Pío XII pueden aplicarse a la humanidad de nuestro 2023, inquieta y sacudida, pero sobre todo castigada por una escabechina espiritual más allá de las guerras.

Esta situación, en lugar de invitar al pesimismo, debe invitar al desafío. Como dijo Chesterton: «La Navidad tiene algo desafiante que hace que las bruscas campanas de la medianoche suenen como los cañones de una batalla que acaba de ganarse». La Navidad surge del desafío de una pequeña familia en un portal destartalado contra un mundo que necesitaba ser salvado. El desafío y la reconciliación de la Navidad es buscar reconducir de nuevo el poder al servicio de la sociedad, al pleno respeto de la persona humana y de la actividad de esta para la consecución de sus fines eternos. El desafío de la Navidad es dar valor a lo más importante de todo frente al individualismo y consumismo que nos rigen: la familia. 

Pero no crean que el mundo se queda esperando impasible, porque para el mundo todo lo que vaya más allá de sus consignas políticas de moda asusta igual que le asustaba a Herodes el nacimiento del Rey de Reyes. De la misma manera que el Rey de Reyes desautorizaba a Herodes, el nacimiento de Cristo y los valores verdaderos asustan a los ideólogos del caos. Quieren desenraizarnos, que sea fácil ir de viaje a Tailandia y tener los lujos de ayer como una cosa sencilla hoy. Que los esfuerzos se canalicen por consumo y metas de adquisición, por la suma de egoísmos, por la confrontación constante de los que conforman las sociedades. Mientras tanto, una persona joven, formada, y con un buen empleo tiene cada día más complicado comprarse una casa y tener hijos. ¿Qué nos importa tener todos los ‘lujos’ y ‘comodidades’ si luego no podemos mantener un núcleo familiar que es lo que nos hace libres? ¿Qué importa el viaje a Colombia, el iPhone ‘15xplusmax’, la serie de turno, y el puñetero patinete eléctrico descongestionando el centro si la gente no puede acceder a lo que realmente es necesario? Los sucedáneos no son más que la prueba de que vivimos en un mundo en el cual no interesa la existencia de núcleos de pensamiento independiente. Cuando uno tiene familia, es más consciente de la injusticia, el infecundo es más proclive a la vida indigna. Ya lo anticipó Chesterton: «No tardará en proclamarse una nueva religión que, a la vez que exalte la lujuria, prohíba la fecundidad».

Nuestra mayor defensa y disidencia en contra de este mundo es la familia, la entrega sin condicionantes a nuestro núcleo que se transmite en una sociedad sana. No hay mayor rebeldía ante el mundo y las modas que la Tradición. Ante la Tradición el mundo artificial de consignas baratas siente miedo, igual que Herodes el Grande sintió aquel terremoto bajo sus pies y se tambaleó con su vacilante palacio.

Vivan la Navidad, vivan su familia, celebren lo que nos convierte en lo que somos, y cuéntenlo como los pastores. En palabras de Santo Tomás de Aquino: «Si la palabra fugaz del hombre es oída simultáneamente por muchos y toda entera por cada uno de ellos, no es increíble que el Verbo de Dios subsistente esté a la vez en todas partes todo entero».


¡Feliz Navidad!


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