Los malos de Hollywood
Durante los últimos años, la
academia de cine norteamericano usa el pretexto de la mediocridad imperante
para otorgar premios a auténticos bodrios, si es que estos abanderan las causas
sociopolíticas de la temporada como si fueran anuncios estacionales del Corte
Inglés (con las ideas de ‘moda’). Fruto de esto, los Oscar se están volviendo
un premio intrascendente si se mira con perspectiva, porque nadie recordará ni
entenderá los bodrios hijos de su tiempo mañana. En 2023 esto se ha sublimado
al premiar a un disparate espaciotemporal que cuesta terminar de ver, olvidando
a Spielberg, o ‘Almas en pena de Inisherin’. Me entristece mucho pensar que la voluntad
artística y su valor se den de lado en la meca del cine, tras haber disfrutado
de tantas buenas películas durante años.
Al igual que la academia de Hollywood
premia sus menús de ideas ‘cool’, pensé que esta también nos había transmitido
durante años, mediante cientos de títulos, quienes eran los ‘malos de la
película’. No niego que en muchos casos, los malos, los dibujados como
villanos, puedan ser comunes para los estadounidenses y el resto del mundo
accidental, pero esto no quita que debamos ser cuidadosos cuando se nos señalan
‘los malos’ desde Hollywood, y ser críticos con el que señala y sus
motivaciones, además de mirar al señalado. Las ideas transmitidas con muchos
medios detrás se vuelven dominantes, se vuelven argumentos y visiones que
permean en el imaginario común, y se convierten en aceptadas, en una especie de
‘consenso social’, que es la expresión usada para sustituir la ‘verdad’ por lo
que les salga de las narices.
Los malos del cine americano han tenido
diferentes etapas, pero siempre ha llegado un ‘malo’ a tiempo cuando se cansaban
los estereotipos. En las películas clásicas tenemos como malos a los indios
nativos americanos. Curiosamente Ford (tachado y calumniado como muy
conservador) plasmaba una disputa de fronteras sin buenos ni malos, y
representaba esa disyuntiva, al igual que Hawks o Huston. Cuando la época de
los indios se agotó llegaron los nazis. Estos eran material de calidad para
‘malo’, con sus uniformes y majaderías totalitarias, lo que dio para ser los
malos de todo tipo de películas; desde Indiana Jones hasta Tarantino, más
cercano a nuestros días. En este caso, compartimos visión, y es placentero ver
a Brad Pitt pedir ‘cien cabelleras nazis’. Después llegaron vietnamitas y
rusos. El caso de Vietnam se ha plasmado ampliamente en el cine, puede que con
algo más de autocrítica. El caso de Rusia y la Guerra Fría, en cambio,
proporcionó unos ‘malos’ de calidad cuando la gente se cansaba de tanto nazi.
Estos también llevaban mucho uniforme, acentos que parecen implicar un insulto
violento, y el país donde se inventó el frío. Les pegó palizas desde James Bond
hasta el ‘Equipo A’, y en ninguna película llegan a usar las dichosas cabezas
nucleares (empecé a dudar de que en realidad las tuvieran). Además, si es usted
ruso no se relaje, porque vienen en camino unas cuantas películas del conflicto
de Ucrania. Los últimos que recibieron en la gran pantalla fueron los árabes y
el sudeste asiático. El concepto del terrorista islámico ha dado para muchas
películas, casualmente coincidiendo la invasión de Irak, y generando un rechazo
frontal del mundo islámico. Habrían compartido objetivo con Don Pelayo, aunque
ellos no entenderían sus motivos, porque él no buscaba ‘armas de destrucción
masiva’. Durante los últimos años, ser un actor español o americano de habla hispana,
se ha convertido en un valor seguro para ser mafioso o traficante en Hollywood.
No importa si eres Antonio Banderas o Pedro Pascal, si tienes la tez algo
morena y el pelo oscuro: ¡narco al canto!
En resumen, el cine de Hollywood nos ha
provisto de múltiples malos de película desde hace un siglo. La gran mayoría de
las películas que muestran estos ‘malos’ tienen la perspectiva del mundo occidental,
y más en concreto, la norteamericana, como potencia dominante del globo. Esto
desemboca en una función propagandística, explotada descaradamente en la guerra
fría. Por ejemplo, Stallone se inventa un conflicto absurdo para hacer Rocky IV
y pegarle una paliza a un ruso en la gran pantalla. Aunque cualquiera con dos
dedos de frente está en contra de las ideas colectivistas que triunfaron en
Rusia, esto no implica que deba, por ende, ponerse un sombrero con la bandera
estadounidense. Si la meca del cine se reubicara en China y prevaleciera su
visión ¿qué pasaría? ¿Los valores autoritarios y colectivistas chinos
sustituirán la ‘libertad’ estadounidense? ¿Quién propone las ideas? Nos resulta
inconcebible porque la fábrica de ideas audiovisuales dominante sólo ha tenido
un foco. Si el cine español tuviera impacto ¿qué se contaría en una película de
la paz de Paris en 1898 y los conflictos que en ella desembocaron?
La expresión mejor de esto se observa en
el Padrino. Coppola consigue que estemos de parte de los que serían ‘los malos’
en cualquier otra película, por la manera en la que se cuenta la historia. En
cambio, si vemos ‘Goodfellas’, Scorsese consigue que despreciemos a los
mafiosos y lo que representan.
La propaganda es el arte de hacer creer
que la verdad está del lado de quien la ha producido, y se trata de un objetivo
compartido por cualquier tipo de sistema político. Debemos cuestionarnos los
mensajes que nos llegan, quiénes los envían, y tener un juicio crítico por
encima del sesgo de confirmación y las pasiones. El concepto de verdad no es
consustancial a un país o una persona, y las fuentes pueden llegar a ser
cimientos blandos. Sólo el estudio y la formación de un juicio crítico nos
separan de ser vulnerables a estas tretas. La evolución de las ideas mediante
el estudio de fuentes verídicas, y no oleadas de ‘ideas de moda’, o cualquier
cantamañanas con un canal de ‘YouTube’.
El verdadero arte cuestiona, va más allá,
contempla la realidad y genera preguntas, remueve, no deja indiferente. El
verdadero arte no necesita de catálogos de ideas como motivo, porque alimenta
algo mayor, porque lucha contra las respuestas univocas. San Agustín decía: «si de los gobiernos quitamos la justicia, en qué se
convierten sino en bandas de ladrones». Podemos extrapolarlo a la cultura, y al
cine. Si del cine quitamos la belleza y la verdad ¿en qué se convierte sino en
propaganda?