Reina y Madre

 

En Reino Unido siempre es invierno. Cuando uno pone un pie en las islas británicas es imposible evitar esa sensación de frío sobrecogedora, acentuada por un cielo gris que impide descifrar la hora del día. Esto se agradece después de un mes de verano con calor soporífero, por el contraste (y porque uno se reconcilia con los jerséis), pero se convierte en una monotonía poco alentadora durante el año. Fruto de esto, no es de extrañar que la gente siempre parezca estar triste, especialmente los autóctonos. Una tristeza que se convierte en modo de vida más allá de ser una emoción transitoria. Las horas de luz, los horarios de comida, y los ritmos del día dan lugar a esto, que se acrecienta por la lluvia, especialmente en zonas rurales. Cuando la tristeza y la soledad hacen estragos tanto tiempo, se forja un carácter peculiar y reflexivo (en los buenos casos), y también que muchos estén fuera de sus cabales. Los observo solos, como en los cuadros de Edward Hopper, humana y naturalmente resignados a los vacíos que implica el día, como los personajes de los poemas de Karmelo C. Iribarren. Por otro lado, esto los dota de resiliencia como pueblo, una marcada hermandad, y nobleza con el extranjero aunque de primeras sean reticentes. Vean un partido de la Rugby ‘Premiership’ y encontraran el ejemplo perfecto de estas contradicciones. Sobre todas las cosas, los británicos son recelosos de sus símbolos, sus costumbres, y su identidad. Por desgracia, uno de esos pilares, se derrumbó el pasado ocho de septiembre, con la muerte de la reina.

La reina Isabel II fue una monarca inesperada al igual que su padre Jorge VI, nombrado rey consecuencia de los deseos de su hermano mayor de casarse con una plebeya. Fue coronada en 1953, y desde este momento, se han sucedido setenta años de reinado, lo que se podría considerar la última gran figura de la monarquía. Isabel II tuvo dos tareas principales en su vida: ser reina, y ser madre. Ambas tareas exigen gran dedicación, probablemente más la de ser madre, si vemos la falta de responsabilidad de los que componen el elenco de los Windsor. Como monarca hay una máxima que Isabel representó, el carácter de servicio público que implica liderar una nación. El servicio implica la abnegación del ‘yo’, la anulación de la voluntad, tomando una postura estoica frente a las obligaciones que ser el jefe de estado significa.

Esto ya es suficiente para resaltar la labor vital de cualquiera, pero la florida familia real salpimentaba el día a día de la reina y sus obligaciones, con un cúmulo de escándalos de lo más variopinto. Siempre pensé en ella como en una madre trabajadora que llegaba a casa de trabajar, y tenía que aguantar a sus hijos conflictivos, a los que habían vuelto a echar del colegio o cualquier cosa equivalente. Pensaba en la imagen de Fellini 8 y ½ en la que el director Guido debe gestionar las mujeres presentes en su vida y recuerdos. Encabezando el podio, el príncipe Andrés, envuelto en el escándalo de Jeffrey Epstein. A esta perla le sigue el que se convierte en el nuevo monarca, Carlos, con una vida no menos polémica (con su zenit en Lady Di). Al menos, Ana y Eduardo fueron más discretos. Por si los hijos no fueran suficiente para Isabel, llegan sus nietos, que deciden no perder pie con la tradición paterna de generar problemas. Este elenco de alta alcurnia no es más que un reflejo del mundo en el que vivimos. Las instituciones y los símbolos deben estar por encima de la voluntad, y los deseos perecederos de los niños de palacio, deberían ser la nada, en comparación con lo que la institución refleja en la historia. Pero bueno, vivimos en los tiempos de las emociones y la subjetividad frente al raciocinio, qué importa la realidad o la historia frente a cómo se siente alguien un martes por la tarde.

Los días posteriores a la muerte de la reina fueron grises,  la población realmente ha mostrado luto y consternación, algo que me ha resultado sorprendente. Muestra que la gente sigue creyendo en sus símbolos por encima de aquellos que los encarnan de manera fugaz durante una vida. Sin embargo, creo que institución monárquica (y los que la encarnan) se encuentra perdida, como Bill Murray en ‘Lost in Translation’, y hasta William (si es que llega) no recuperará credibilidad. El luto inglés solo fue igualado por algunas comunidades autónomas españolas, que declararon luto. Espero que confundieran, pensando que esta Isabel II era la del canal. Además, nuestro gobierno fue capaz de aparcar cualquier asunto de estado, por la grave preocupación que representaba la asistencia de Juan Carlos, el rey emérito, al funeral de su prima. Puede que la polémica sea una condena familiar.

La cafetería en la que me refugio de mi casa vuelve a estar practicable hasta la vuelta del frío y la falta del sol del invierno. Ese café ‘Indigo’ está escondido en un callejón cerca de ‘King’s College’ (debe su nombre a Enrique VI). Mientras tomaba café, pensé que había un monarca de nuevo. Recordé que Carlos estuvo de visita el año pasado, cuando tenía más tiempo, y su madre estaba al cargo de la casa, o mejor dicho, del palacio. Solo puedo compadecerme de él, debe ser duro comenzar a trabajar con más de setenta años.

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