La Jaula del Turismo

  

Hace un par de semanas, rebuscando entre libros antiguos de mi tío Pepe, encontré un tomo de Platón que contiene la Apología a Sócrates y la carta VII. Javier Sánchez Menéndez se refiere a Platón como el poeta universal, por ello, nunca tengo la sensación de haberlo leído lo suficiente ni comprenderlo del todo. El libro ha ocupado a fondo mi lectura estos días, sumergido en esas palabras contra los sofistas y cainitas. Palabras que sirven de base a Platón para ‘La República’ y la idea de gobierno en comunión con la filosofía. Si los sabios virtuosos no llegan al poder, y los que ostentan el poder ignoran intencionada y deliberadamente la filosofía, no hay esperanza para los estados. En definitiva, la educación y la cultura alejan de la arrogancia, de creer saber todo a ciencia cierta, y mirarse el ombligo de manera cortoplacista.

Este preámbulo me lleva hasta el presente en Sevilla, pues he podido pasar unas semanas en casa este mes. Las múltiples caras de nuestra ciudad (no todas positivas) hacen de ella una estampa singular, de contrastes, y en continua contradicción consigo misma (tal vez ahí reside su belleza). Siento fascinación por su complejidad, igual que Woody Allen por Nueva York en ‘Manhattan’ o ‘Annie Hall’. Este carácter peculiar es parte de su naturaleza, pero la deriva que la ciudad está tomando desde hace años, con la intención de subir a los altares del turismo mundial como único plan de desarrollo, me parece muy preocupante. Se ha ido materializando poco a poco, y este año ha llegado a molestarme de verdad. En primer lugar, el primer fin de semana de la feria, se ha convertido en un circo de aglomeraciones enfocado a llenar hoteles y apartamentos turísticos, en detrimento de la fiesta popular que nace de la tradición. La gota que colmó el vaso fue el espectáculo bochornoso de anglosajones borrachos por la ciudad, y peleándose a sus anchas en la final de la UEFA. De la mano con seguir trabajando nuestra imagen de panacea turística, se permitieron ciertas licencias a los ‘visitantes’ que acabarían con cualquier ciudadano de Sevilla en custodia policial. Además de esto, y reflejo de la falta de respeto a nosotros mismos, se plantaron urinarios en la ‘puerta’ de la iglesia del Salvador, y nuestro alcalde tildó de ejemplar la situación vivida aquel día, contento porque el nombre de Sevilla saldría en las noticias, y esto, a lo mejor, atrae a más alemanes el mes que viene. Los burócratas con los que nos toca convivir no ocultan esta especie de despotismo ‘deslustrado’, que es todo por el pueblo pero sin el pueblo, y además con sorna.

Esto no es un ensayo en contra del turismo. No niego el carácter aperturista que otorga a la ciudad, lo que aporta a la economía, y sobre todo, la importancia histórica y cultural que la ciudad tiene en el mundo, que se debe resaltar. Entiendo que esto atrae gente en consecuencia, y hace mucho bien a la ciudad en múltiples aspectos. En resumen, que Sevilla esté en el mapa para gente de todo el mundo es positivo y nos enriquece (además somos buenos anfitriones), pero como todo lo bueno, el exceso y el ‘cómo’, pueden ser verdugos de la virtud. En el momento en el que el turismo es el único plan de la ciudad, con una perspectiva totalmente cortoplacista y sin límites, solo existen dos perfiles de gente que interesa en la ciudad: turistas y gente que genera dinero derivado del turismo. El ciudadano se ve relegado a un segundo plano con alevosía por parte de los que ‘planifican’, y las tradiciones no son de sus legítimos dueños, sino que evolucionan a escaparates circenses para los visitantes que vienen a dejar dinero. La feria cambia de días para llenar más hoteles y sacar dinero con los que bajan de Madrid y del resto de España (yo no podía andar por la calle), se mercadea con edificios históricos para construir más hoteles (hasta en el patio de vecinos de su casa si se descuidan), se justifican obras innecesarias porque permitirán llevar más rápido a los turistas al centro (mientras seguimos sin metro), se convierten pisos en apartamentos turísticos como se tiran cañas en un bar; en resumen, la ciudad cubre sus necesidades y vergüenzas con la gallina de los huevos de oro. Paolo Sorrentino en boca de uno de sus personajes de la alta sociedad romana dice: «los mejores habitantes de Roma son los turistas» y creo que vamos a llegar a este nivel, estoy esperando que pongan un ‘Dutty Free’ en la entrada de la catedral para ver si así los turistas gastan más dinero en souvenirs.  

Repito, esto no es un alegato en contra del turismo. El auge descontrolado de este sector es solo un síntoma, una consecuencia, un hijo de las causas raíz, como el cortoplacismo económico, una economía poco diversificada, y los marcos de política fiscal y regulatoria. Todo esto, por supuesto, liderado por la falta de nivel de la clase política imperante, y la ignorancia institucionalizada. Cuando uno escucha a la gente hablando de nuestros alcaldes, me parece irónico que se tilde de ‘bueno’ a aquellos que simplemente no han sido responsables de escándalos, han construido carril bici, o peatonalizado una calle. Asumimos que la no incompetencia es algo que se debe celebrar, realmente esa clase política nacional y regional ha conseguido sus propósitos si hemos llegado a este punto. Para completar el bingo, ahora tenemos a un alcalde no electo, que afirma que el turismo es ‘una industria transformadora para la economía’, creo que podemos ahorrarnos los comentarios por evitar descalificativos. La pena de todo esto es que la política local, la realmente representativa del ciudadano, y la única realmente efectiva en un sistema de partidos, pierde su función.

La solución para que la ciudad evolucione más allá del cortoplacismo y se crezca de manera estable con sus ciudadanos como dueños no es nueva, ni yo soy un gurú de la economía, simplemente es un tema más que estudiado. Se debe atraer inversión, diversificar la economía fomentando la industrialización, fomentar la cultura basada en la tradición de la ciudad (y artistas locales), eliminar trabas burocráticas para emprendedores, y sobre todo, que la inversión del fondo público, como subvenciones y ayudas, se haga dirigida a fomentar la actividad privada del ciudadano y no a esterilizarla y convertir la ciudad en un circo. Hay mil medidas más, pero en resumen, crecer más allá del cortoplacismo, es crecer de manera lineal y sin tener que ser rehenes de un turismo masificado que nos haga perder la identidad y la cultura que nos hace ser lo que somos, porque esa herencia no tiene precio. No crean que soy un ingenuo, sé que por la propia estructura productiva y de costes nacional, y la política fiscal confiscatoria, esto es complicado, pero las competencias del ayuntamiento permitirían hacer mucho más si se dirigieran de manera adecuada. Me parece muy interesante el ejemplo del Hub tecnológico de Málaga, así como otras medidas que van a hacer que Málaga adelante a Sevilla por la derecha (si no lo ha hecho ya).

A raíz de este artículo, he vuelto unos días a escuchar a Triana, Silvio, Pata Negra, y muchos otros grupos de la ciudad. Especialmente me conmueve el sentimiento de barrio en ‘Candelaria’ de Vera Fauna y la frase de Pata Negra: «no cambio de barrio por un beso». Además, últimamente soy adicto a Manuel Jabois, me parece claro y certero. Ayer escuché un coloquio suyo con Pérez Reverte y Antonio Lucas. En una parte de este, conversan sobre la educación, una educación estable y laica en términos políticos que forme ciudadanos cultos. Una educación ajena a cambios de gobierno y blindada frente a demagogos. Esto permitiría tener esperanza en que algún día apareciera esa figura de filósofos y gobernantes unidos en uno como decía Platón. Podemos esperar sentados a que esto cambie, mientras tanto, seguiré con miedo por si un día vuelvo a Sevilla y mi casa es un Airbnb.

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