La moda y el valor de las cosas

 

La semana pasada, una de mis charlas diarias con Jaime terminó hablando sobre abrigos. En España acaba la temporada de invierno, y por ello, él podría buscarse un buen abrigo para el año que viene, a un precio más asequible. Me parecía irónico hablar de esto mientras en Inglaterra nevaba durante toda la semana, pero el pretexto del abrigo nos llevó a una discusión mayor: el ‘valor’ de las cosas. En primer lugar, más allá de la discusión sobre el corte y el tipo de abrigo, el concepto de las ‘temporadas’, lo que está de rigurosa moda, lo que vuelve, o lo que está pasado; una cosa está clara, el valor de la mayoría es efímero en el tiempo. El grueso de las creaciones textiles o artísticas, responden a una necesidad presente que no está guiada por un sentido de trascendencia, porque ese sentido de trascendencia de lo bello y verdadero genera un valor que permanece en el tiempo, incluso a veces se vuelve icónico. La mayoría de artistas’, presas de la inmediatez, y en muchos casos de tener que pagar facturas, generan algo que se ajusta al momento, como en Portugal se confeccionan toallas cada vez que ven a un español cruzar la frontera en verano, no hay duda de que se venderán.

La creación parece guiada por una sed consumista insaciable en la sociedad de hoy, tanto en la llamada ‘fast fashion’, como en miles de EPs de bandas que nadie escuchará, o publicación de miles de libros intrascendentes cada año que equilibraran mesas cojas. Me da miedo pensar que se haya perdido la voluntad artística, el ritmo propio de búsqueda y creación a favor del valor efímero para el consumo. Esto me recuerda al disco ‘La Leyenda del Tiempo’ de Camarón de la Isla de 1979, en el que utilizaba los versos de García Lorca. Probablemente uno de los discos más icónicos de la historia de España, que la gente tiraba a la basura, quemaba, o incluso devolvía a las tiendas indignada. Camarón dice en TVE con una tranquilidad y seguridad envidiables: «yo hago el disco y sé que la gente no lo va a entender, tiene un tiempo para que lo entiendan, (…) pero que lo escuchen que es un disco muy conseguido». Ese disco, y Camarón en sí, permanecen en el imaginario popular y lo estarán siempre, con ese valor atemporal. Al fin y al cabo, en la moda el valor cambia con las temporadas, y las temporadas son una respuesta del mercado a la falta de estilo en un espacio de tiempo determinado.

La otra implicación directa de ese ‘valor’ de las cosas, es literalmente el valor monetario de las cosas en el mercado, algo muy abierto a debate recientemente en la moda, no solo por los precios, sino por la manera en la que se generan los productos. Evidentemente, algo vale lo que vale, porque alguien está dispuesto a pagarlo, las leyes de oferta y demanda no han perdido su vigencia. La marca se convierte en un instrumento, no solo de identificación con un colectivo o imagen de una manera tribal, sino como estrategia de comunicación del valor añadido de las empresas, y un precio base para cobrar sus productos. Ese valor del producto puede provenir de materias primas valiosas, trabajo artesano de piezas únicas, y ediciones limitadas; o por otro lado, las marcas de 'fast fashion' logran su competitividad por volumen de producción y prendas completamente desechables. No entiendan esto como un enfrentamiento entre un abrigo carísimo de Gucci y uno barato de Zara, sino como no promover la generación y consumo de cantidades ingentes de ropa que no se quiere ni necesita. Marta D Riezu en ‘La Moda Justa’ reflexiona sobre este tema, y resalta el valor de las cosas proponiendo una manera más sostenible de generar productos únicos, más artesanales, y con una mayor personalidad: «un abrigo de nuestra abuela vale por un millón de prendas de 'fast fashion'». Supongo, que a base de comprar mal e ir mostrando interés vamos aprendiendo, pasando de un consumo acelerado de lo mucho innecesario, a invertir tiempo y ganas en tener menos pero con mayor valor. Además, la calidad siempre ahorra dinero, yo aun uso las camisas Burberry de mi padre de hace 20 años, que además de la calidad ahora son 'vintage'. Puede que lo vintage sea caro, porque no hay nada más valioso que la nostalgia.

Aunque creamos que este mensaje está extendido, las nuevas tecnologías digitales han permitido a las empresas textiles tener nuevos canales de venta, que por un lado permiten nuevos modelos de negocio, pero por otro lado en empresas como Shein ha permitido disparar aún más las ventas, con rotación y producción aberrante, haciendo que el estilo de 'fast fashion' de Zara parezca una tienda sostenible de barrio. Mientras las personalidades e intelectuales del mundo de la moda abogan por un nuevo paradigma de producción y consumo, en las redes sociales se sigue desarrollando este 'fast fashion' voraz, que hace peligrar el ese cambio, y que enriquece a compañías como Shein. Pedí opinión a mi amiga Mayte, de Vogue, y ella me comentaba el impacto en la creatividad de los diseñadores que supone esta aceleración en la producción y presentación de campañas. Una aceleración que convierte a la moda en la segunda industria más contaminante del mundo. También reflexionamos sobre esas prendas que antes eran apreciadas (incluso con cierto misticismo) por no poder adquirirse en cualquier lugar, por ser de un material especial, o por pertenecer a tiradas pequeñas. Mayte me comentaba el caso interesante del cashmere: «es una de las lanas más particulares y preciadas del mundo, antes solo unas pocas marcas podían hacer jerséis de cashmere, ahora están por todas partes». A raíz de esto, acabé en una entrevista de Héctor Bellerín, que se ha convertido en uno de los deportistas icono de la moda masculina. Además de centrarse en la sostenibilidad, Bellerín habla del valor de las prendas que no pueden ser adquiridas en cualquier lugar y llevadas por todos. Al final, si se dota de valor e importancia a la búsqueda de llevar algo original y diferente, también se envía un mensaje sobre uno mismo, sobre el interés de la propia expresión, y esto no se limita solo a la moda. Cada cosa que generamos o adquirimos tiene un valor mayor cuando encapsula un determinado momento del tiempo, un lugar, y al fin y al cabo una naturaleza de las cosas. Siempre he pensado que eso hace que las obras y prendas 'vintage' o retro no pierdan su valor si son de calidad, porque representan la nostalgia de otro tiempo que sigue siendo original hoy ante todo lo que se genera igual. Lo mismo me ocurre con los libros de ediciones antiguas, o los diseños de carteles de las giras de bandas en los años sesenta.

Me da miedo pensar que en el futuro no habrá cosas 'vintage' de nuestros días, o muy pocas. No me creo que se vayan a generar imágenes tan icónicas como las fotos de Françoise Hardy en traje de rayas con Mick Jagger, los paseos de Alain Delon por la costa azul con el jersey al cuello, el estilo de Paul Newman y Robert Redford rodando ‘El Golpe’, Cary Grant con las camisas blancas de Brooks Brothers, Audrey Hepburn de Givenchy, o la elegancia de Cristóbal Balenciaga (genio cuyo trabajo poco o nada tiene que ver con el trabajo que hoy Demna Gvasalia lleva a cabo como director creativo de la marca).

La auténtica cultura no puede ser pose, debe ser un intento de comprender la naturaleza de las cosas. El verdadero valor reside en una obra que se crea y sigue siendo descubierta y verdadera cada vez que se revive. Lo que es verdadero, siempre es verdadero, atemporal, y tiene un valor artístico que no todo el mundo entiende ni puede valorar como debiera en el momento de la creación.

Todo esto ha comenzado por los abrigos, y tras una charla larga, Jaime y yo hemos concluido que más allá del concepto de ‘valor’, seguimos sin poder comprarnos una capa de Oteyza, eso es lo único verdadero, y no está abierto a debate.

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