A Madrid, la ciudad de las esquinas

Cada vez que viajo a una gran ciudad, no puedo evitar sentirme insignificante. Me pasa cuando que tengo que ir a Londres, y me ha vuelto a pasar esta semana en Madrid (hacía años que no la pisaba). Las calles tienen muchos carriles, las mujeres pasean con abrigos largos de paño (puede que sea la tendencia ahora), todo queda lejos, y hay tanto donde elegir que mi indecisión natural se desboca. Creo que esta sensación se está acrecentando por vivir en una ciudad pequeña y cómoda. Cambridge te instala en una extrema comodidad malacostumbrado a no andar más de 15 minutos para ir a cualquier sitio.  Por otro lado, en grandes ciudades como Madrid me siento con amplitud de miras, con cierto aire de desafío. Además, se siente más cercano que Londres, Nueva York, o París, haciendo que no me sienta un turista, podría llegar a acostumbrarme.

Madrid es una ciudad de esquinas. Desde la mítica de Gran vía, a algunas en Almagro, la ciudad se empeña en mostrar su señorío en esquinas imponentes. Cruces de calles, barrios, y de ambientes muy diferenciados que se encuentran en las intersecciones. Lo interesante es que estas esquinas de unión demuestran los grandes contrastes, y lo romántico de lo local en la gran ciudad. Tiene una parte castiza y a la vez moderna muy española, que crea pequeños oasis de encuentro en medio de lo gigantesco, como en 'La Colmena' de Cela. Esos pequeños oasis son, tanto algunos lugares escogidos, como tantos amigos que ahora viven en la capital.

Me da la sensación de que cada habitante de Madrid tiene una lista de itinerarios, personas, y lugares, que conforman su pequeña guía de cómo vivir la ciudad, como en esos libros de “elige tu propia aventura”. Si sabes qué quieres, y buscas, la ciudad te lo ofrece. He tenido esa sensación de lo local en medio de lo gigantesco viendo la serie 'High Fidelity' de Zoe Kravitz, 'remake' de la película con el mismo nombre de hace algo así como veinte años, de John Cusak. En este caso, ella se pasea por Brooklyn como si fuera su pueblo y no parte de Nueva York.  Combina las Nike Cortez, la falda Dickies, las camisas vintage, o las Vans reventadas, de una manera natural y sin esfuerzo, porque parece que no es consciente de que está en Nueva York, solo en su barrio, lo local, y qué más da cómo me vea vestido mi vecina para comprar el pan si me conoce. En ciudades de menor tamaño esa idea se disipa en favor de una identidad algo más conjunta, y se convierte en una identidad única en lugares con pocos habitantes.

La sociedad madrileña me gusta, no es representativa de lo que es España, ni política, ni culturalmente, pero me gusta. Hay un cúmulo de gente joven y con ganas, de todas las partes del país, que ha salido de su zona de confort en busca de algo. La mayoría no son de Madrid, por lo que nuestra generación crea su 'familia' a partir de los amigos cercanos, colegas de trabajo, compañeros de piso, novias… Todo esto ya se veía reflejado en las 'sitcoms' de los noventa como 'Seinfeld' (LA Sitcom), 'Friends', o posteriormente en 'Cómo conocí a vuestra madre'. Se va tejiendo una tela de araña que se convierte en una familia joven, con muchos líos, y con personajes secundarios que van y vienen de visita como en los episodios especiales.

Precisamente por este cúmulo de gente de todas las partes de España, también uno espera encontrar en la capital una suerte de élite intelectual, de escritores, poetas, cineastas, pintores y demás. Mi cabeza dibuja esos cafés como los de Viena que cuenta Zweig a principios del siglo pasado, o el café Gijón que relataba Umbral. También cuenta Sabina en una entrevista sobre su juventud, la élite intelectual que esperaba encontrar al salir de Úbeda, primero en Granada, y luego en Madrid. Creo que esto ya solo existe en mi imaginación. Puede que haya muy pequeños y selectos círculos que mantengan esto, pero en general, ha muerto a manos de la creación de 'arte' barato y sin fondo, de los 'influecers' de la creación, de vender qué y dónde puñetas has cenado cada día como parte de una obra, de la publicación de carroña para un público que solo se concentra 15 segundos. Juan Carlos Aragón lo comentaba ya hace tiempo, que el joven con hambre de ejemplos y referentes, de ideas, se puede morir de hambre más allá de los de siempre. Luego preguntarán por qué tenemos que remontarnos a los clásicos.

Tenía muchas ganas de volver a Madrid. Periódicamente necesito el oxígeno de volver a España, uno puede sentarse a veces y pensar qué hace en un país y ciudad extraños (más allá de lo evidente), aunque sienta aprecio por el lugar. Cuando existen estos dilemas, es clave pensar que los problemas de uno no se arreglan con el lugar, nunca se tiene todo en un sitio, siempre hay renuncia y elección. El único éxito es poder elegir, y en el extranjero uno se acostumbra a pensar con la distancia suficiente.

Me levanté el lunes muy temprano en Chamberí y empecé la peregrinación a Barajas con la maleta y la mochila a cuestas. Acompañado por el frío y la soledad de la calle temprano, no paraba de repetirme un par de versos de Quique González en 'Anoche estuvo aquí', del disco Daikiri Blues «subo y bajo Gran Vía / como un policía local». Podría acostumbrarme a patrullar estas calles en silencio, quién sabe.

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